por CAROLINA SILVANA LOJ
El cierre del Museo de la Historia del Traje, los recortes en otros museos nacionales y el abandono de la Escuela Nacional de Museología dejan en claro una cosa: para el gobierno de Javier Milei, el arte y el patrimonio cultural parecen ser elementos desechables. Mientras tanto, el Centro Cultural Kirchner continúa siendo el primer parque de diversiones argentino de Mickey Mouse, y la cultura argentina queda atrapada en una montaña rusa de ajustes y frivolidad.
Para entender cómo ve Javier Milei la cultura en Argentina, solo hace falta observar los últimos cambios en nuestros museos y centros culturales. En lo que parece una tragicomedia de ajuste, el Museo Nacional de la Historia del Traje cerró de un día para otro: “pocos visitantes, muchos gastos.” Es simple: bajo la lógica de Milei, cualquier museo que no compita con la taquilla de un cine o las vistas de una serie de Netflix no tiene razón de ser. Si el museo no genera ganancias, ¿para qué abrirlo? Como si la cultura debiera justificar su existencia con la cantidad de “me gusta” o de trending topics.
Otros museos nacionales también empiezan a sentir los primeros golpes de lo que podríamos llamar el “tijeretazo cipayista.” Aunque todavía sin fecha oficial, el gobierno anunció que pronto comenzarán a cobrar entradas, con tarifas diferenciadas para residentes y extranjerxs. En una Buenos Aires donde la inflación ya golpea duro, visitar un museo pronto podría volverse un lujo reservado solo para quienes puedan pagarlo. Y, por supuesto, quedará un día gratuito al mes, algo así como la “semana de prueba” de Netflix: disfrútelo mientras dure, porque después paga.
La verdadera ‘joya’ de esta ‘revolución cultural’ es el rebautizado Centro Cultural Kirchner, ahora con el pomposo nombre de ‘Palacio Libertad, Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento.’ Con tanto empeño puesto en borrar cualquier rastro de kirchnerismo, parece más una provocación que una política cultural. Sin embargo, a pesar del nombre, no se han propuesto exposiciones sarmientistas, sino una que ocupa el espacio como una especie de Disneylandia para adultos, pero sin el presupuesto de Disney, y, claro, sin el ratón, aunque con la misma oreja grande.
Y mientras los museos y centros culturales reciben estas pinceladas de frivolidad, la Escuela Nacional de Museología (ENAM), única en el país, lucha por sobrevivir. Sin sueldos desde principios de 2024, lxs docentes están cubriendo los gastos de sus propios bolsillos, como si enseñar a cuidar el patrimonio cultural fuera un capricho excéntrico. Con la posible desaparición de la ENAM, no solo se perdería una institución fundamental, sino también el esfuerzo de quienes intentan que el arte no termine como un adorno más en la casa de algún funcionario.
El ex Centro Cultural Kirchner, embanderado con una exposición centrada en Mickey Mouse, es ahora una especie de altar a la cultura de masas estadounidense, ese mismo modelo cultural del que tantos gobiernos argentinos (con más o menos éxito) trataron de diferenciarse. La paradoja es evidente: resaltar a un ícono global como Mickey en una institución pública argentina tiene un fuerte sabor a cipayismo, como si estuviéramos felices de adornar nuestras instituciones con los productos del “sueño americano”, abrazando a Mickey como si fuera el héroe que nunca tuvimos. Peor todavía, es como si usaran la Mona Lisa de posavasos sin entender el contenido de la obra que están exponiendo.
Milei declaró en más de una ocasión su admiración por Donald Trump, y aquí queda claro cómo se manifiesta esa simpatía: bajo un manto de “libertad”, nuestros espacios culturales se transforman en negocios, en atracciones para turistas y en escenarios de espectáculo vacío. Como si la cultura argentina pudiera reemplazarse con globos, orejas de ratón y un par de fuegos artificiales. El mensaje es claro: en el país de Milei, el arte y la historia solo son relevantes si pueden venderse. Para quienes creen en la preservación del patrimonio, esta es una historia de terror digna de Halloween… aunque sin el final feliz de Hollywood.
Love conservation, hate fascism
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